literatura para reir, llorar o echarse un polvo

Mi foto
Literatura para reír, llorar y de vez en cuando, echarse un polvo.

domingo, 26 de julio de 2015

LA TOVARICH

Es mi cuarto, mi noche, mi cigarro.
Hora de Dios creciente.
Obscuro hueco aquí bajo mis manos.
Invento mi cuerpo, tiempo,
y ruinas de mi voz en mi garganta.
Apagado silencio. 

He aquí que me desnudo para habitar mi muerte. 

Sombras en llamas hay bajo mis párpados.
Penetro en la oquedad sin palabra posible,
en esa inimaginable orfandad de la luz
donde todo es intento, aproximado afán y cercanía. 

Margie (Maryi) se llama. 

Estaba yo con Dios desde el principio.
El puso en mi corazón imposibles imágenes
y una gran libertad desconocida. 

Voces llenas de ojos en el aire
corren la obscuridad, muros transitan.
(Lamento abandonado en la banqueta.
Un grito, a las once, buscando un policía.)
En el cuarto vecino dos amantes se matan. 
Y música a pedradas quiebra cristales,
rompe mujeres encintas.
En paz sereno,
fumo mi nombre, recuerdo. 

Porque caí, como una piedra en el agua,
o una hoja en el agua,
o un suspiro en el agua.
Caí como un ojo en una lágrima. 

Y me sentí varón para toda humedad,
suave en cualquier ternura,
lento en todo callar.
Fui el primero -hasta el último-
en ser amor y olvido,
ni amor ni olvido.
(Porque soles opuestos…
Siempre el mismo y distinto.
Igual que sangre en círculo. al corazón, igual.) 

El porvenir que cae me filtra hasta perderse.
Yo soy: ahora, aquí, siempre y jamás


Un barranco y un ave.
(Dos alas caminan en el aire
y en medio un madrigal.) 

Un barranco.
(Ya no lo dijo. Calló, de pronto,
hoscamente, para callar.) 

Un
(quién sabe. Yo). 

Cualquier cosa que se diga es verdad.
Antes de mi suicidio estuve en un panal.

(Rosa -Maryi- que ya rosal,
cualquier muerte es mortal.) 

Ahora voy a llorar.


Pero nací también (porque nací)
al sexto sol del día)
en el último vientre de mi madre.
(Mi madre es mujer
y no tuvo ningún qué ver con Dios.)
Hasta agotar sus senos me desprendí
(leche de flor bebí)
Mi padre me dijo: levántate y anda
a la escuela.

No lo he olvidado:
  aire- piedra deshecha por una decepción, 
  río- el alba antes de abrir los ojos
  montaña- el cielo sembrado de árboles,
  vuelo-amor.

A los quince ya sabía deletrear una mujer.
(A la orilla del tren capullos de luciérnagas
maduraban luces, hojas. Ausencia.)

  yo traía un amor reteadentro,
  sin hablar, al fracaso.
  Uva de soledad. 
  Sin luna el mar.

Algas en el subsuelo de mis ojos.
(Mudé de piel a cada caricia.)

Margie, la luna es rusa.
El cuello de Margie es alto, blanco, 
como de blando oro blanco. Ducal.
Y en sus redondos cabellos
mi mirada sueña.

Cuando me mira -algún día podría mirarme-
la conozco e rosa a abril.

Yo me moriría, si pudiera morirme, 
al pie de sus ojos en sazón.
(Porque me duelen las manos de tanto no tocarla, 
me duele el aire herido que a veces soy.)

Palabras para el fin:
  Hebra de anhelo, sol menguante
  Ovejas en la tarde sur.
  Tibia la mansa hora de dormir.

  Que todos mueran a tiempo, Señor,
  que gocen, que sufran hoy.

  Desampárame, Señor, 
  Que no sepa quién soy

  Levanta las estrellas
  y acuesta el reloj.

... Y fue en el día último cunado Se hizo Dios.

Amanece de tarde. Sin sol. 
(Para sus manos de guante: mi corazón.)
Yo le hubiera injertado mis labios
en sus muslos, de dos en dos.

Ya no me alegro cuando estoy triste.
Apenas frío. Minuto en ron.
A lo largo de mí todos los muertos
bien muertos son. 
(A las 5, puntuales. 
En el número 5 del panteón.)

Y la tarde nerviosa, se sacudió
el rocío llorón.

Entonces se enviaban suspiros las rosas, 
besos-palomas de balcón a balcón, 
Pero la sucia noche revolvía alfileres,
sábanas, rezos, cruces, luto de amor.

Caras agrias, en sombra, el deseo encendió
     (¡cuántos hijos tirados en paredes, pañuelos, muslos, manos, por Dios!)

Muro de agua, la angustia, se levantó.
Humo rojo en mis venas. Transfigurado el cielo.
De polvo a polvo soy,

Mina de minerales obscuros, de ciegos diamantes,
tala de esmeraldas,
Agua tierna del pájaro
(húmedas ya de música las ramas),
buches de piedras que hace la pequeña cascada.

Milperío de tortillas para el indio, 
indios de amor quemado y brazos todavía
(le ponían esperanzas a su genealogía).

Una vereda buscando la llanura.
Y una brizna en mis ojos, de agua dura.

Magia de amor errante.
Fantasma, sombra, umbral.

Algo que soy, me viene a llevar.

(Hay un aroma obscuro
desde su cuello musical.)

Eso que nunca he dicho
empiezo a callar.

¡Lleva ya tanto tiempo
de ser fugaz!

(Le prestaré mis ojos
cuando quiera llorar.)

¡Cómo el viento en retazos, 
cómo la lleva en granos, 
cómo de azul cristal!

     Jaime Sabines, Horal
     


LENTO, AMARGO ANIMAL...

Lento, amargo animal
que soy, que he sido,
amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

Amargo como esos minerales amargos
que en las noches de exacta soledad
-maldita y arruinada soledad
sin uno mismo-
trepan a la garganta, 
y, costras de silencio, 
asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga
prenatal, presubstancial, que dijo
nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
que murió nuestra muerte,
y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro,
desde lo que no soy,
-mi piel como mi lengua-
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos, 
remoto -nada hay detrás-,
lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal
que soy, que he sido.

Jaime Sabines
Horal, 1950

Y será como el que tiene hambre
y sueña, y parece que come, mas 
cuando despierta, su alma está vacía...

Isaías (29,8).

HORAL

El mar se mide por olas, 
el cielo por alas, 
nosotros por lágrimas.

El aire descansa en las hojas, 
en agua en los ojos,
nosotros en nada.

Parece que sales y soles, 
nosotros y nada...

              Jaime Sabines

SOMBRA, NO SÉ, LA SOMBRA...

Sombra, no sé, la sombra
herida que me habita,
el eco.
(Soy el eco del grito que sería).
Estatua de la luz hecha pedazos,
desmoronada en mí;
en mí la mía,
la soledad que invade paso a paso
mi voz, y lo que quiero, y lo que haría.
Éste que soy a veces,
sangre distinta,
misterio ajeno dentro de mi vida,
Éste que fui, prestado
a la eternidad,
cuando nací moría.
Surgió, surgí dentro del sol
al efímero viento
en que amanece el día.
Hombre. No sé, Sombra de Dios
perdida.
Sobre el tiempo, sin Dios,
sombra, su sombra todavía.
Ciega, sin ojos, ciega,
-no busca a nadie,
espera-
camina.

Jaime Sabines