Hoy, los vecinos de un pueblo del Chaco en la provincia de Santa Fe, persiguieron a un hombre rabioso, que mató con su escopeta a su mujer, también a un peón que cruzaba frente a él. Los vecinos armados lo rastrearon y lo encontraron trepado a un árbol, con su escopeta y aullando de manera terrible. No tuvieron más opción que matarlo de un tiro.
Marzo 9-
Hoy hace treinta y nueve días que entró el perro rabioso en nuestro cuarto.
Nuestra casa no tenía ni puertas ni ventanas todavía, excepto el cuarto de mamá, pues ella sentía miedo. Nuestro cuarto tenía puertas de arpillera, hasta que tuviera menos trabajo para hacer unas de madera. Como era verano, no importaba mucho. Fue por una de esas arpilleras que entró y me mordió. Era un perro negro, grande, con las orejas cortadas.
Desde que llegamos al monte, no había parado de llover. Una mañana, el peón nos dijo que por su casa andaban rondando los perros rabiosos y que habían mordido a su perro. Pero mi mujer y yo no le dimos importancia, pero mamá comenzó a temer.
Justo esa mañana, cuando nuestro hijo volvió del pueblo, nos confirmó que había una epidemia de rabia. Dentro del monte, se escuchaba el aullido agónico. A las nueve, llegaron dos agentes a caballo, para darnos la información sobre los perros rabiosos vistos, y recomendarnos el mayor cuidado.
Esto aterró a mamá, que había tenido una mala experiencia de niña. Esa misma tarde, vio un perro rabioso que se dirigía a la casa, pero que se marchó rápidamente cuando salí a buscar la escopeta.
Pasaron dos días y aumentaban los casos de rabia. La escuela cerró para no exponer a los niños a tal amenaza.
Mamá no se atrevía a salir del patio, al menor ladrido miraba la portera sobresaltada y apenas terminada la cena, se encerraba en su cuarto con el oído atento.
A la tercera noche me desperté muy tarde, con la sensación de haber oído un grito. Esperé un rato y un aullido atroz tembló bajo el corredor.
– ¡Federico! ¿Escuchaste?- dijo mamá aterrada.
– Sí.- respondí saliendo de la cama.
– ¡Por Dios, es un perro rabioso! ¡Federico, no salgas! ¡Juana, dile a tu marido que no salga!- gritó desesperada.
El aullido estaba ahora en el corredor central, delante de la puerta. Encendí la lámpara y tomé la escopeta, levanté un lado de la arpillera. No vi más que la niebla profunda. Avancé una pierna y sentí algo firme y tibio que rozó mi muslo, el perro rabioso entraba al cuarto. Empujé su cabeza con mi rodilla y me lanzó un mordisco que parecía haber fallado, pero un instante después sentí el dolor agudo.
Ni mi mujer ni mi madre se percataron de la mordida. El perro se retiró y sentimos el aullido detrás del cuarto de mamá, que gritaba implorando que no saliera.
En ocasiones, las acciones absurdas nos parecen las más acertadas. Salí con la lámpara en una mano y la escopeta en la otra. Recorrí las piezas, pero el perro se había ido.
Eran las dos y veinte de la madrugada y debimos esperar dos horas en el cuarto hasta que amaneció. Antes me lavé la herida con permanganato.
Yo no creía que el perro estuviera rabioso, pues el día antes, habían empezado a envenenar perros, y me inclinaba a pensar que el animal era una de las víctimas, por eso me descuidé con la herida.
A las ocho de la mañana, a cuatro cuadras de casa, un transeúnte mató a un perro negro rabioso. Nos enteramos en seguida y tuve que resistirme mucho para que no me obligaran a bajar hasta Buenos Aires a inyectarme.
Como la epidemia, que había sido provocada por la lluvia incesante, había parado de golpe, todo volvió a la normalidad. Menos mamá y mi mujer, que llevan rigurosamente la cuenta de la cuarentena, y hasta que pase mañana, no tornarán a la calma.
Marzo 10-
¡Por fin! Espero que mi vida se normalice. Terminaron los cuarenta días.
Mi mujer y mi madre festejaron contándome todos los temores que padecieron. Más allá de sus confesiones trágicas, me he reído bastante. Por fin se acabaron las susceptibilidades.
Hubiera querido estar tranquilo, pero no acaba nunca, todo el día me miran de soslayo, me espían, se vuelve intolerable.
Marzo 18-
Hace tres días que vivo en paz. ¡Por fin, por fin!
Marzo 19-
¡Otra vez comenzaron! Parece que desearan que esté rabioso. ¡Cómo pueden ser tan estúpidas! Ahora hablan delante de mí, pero no puedo entenderles ni una sola palabra. No me contuve y les dije:
– ¡Pero hablen de frente, que es menos cobarde!
No quise oír su respuesta y me fui.
8p.m.-
¡Quieren irse! ¡Quieren que nos vayamos! ¡Quieren dejarme!
Marzo 20- (6 a.m.)
¡Aullidos, aullidos! ¡Toda la noche escuchando aullidos! Toda la noche rondando la casa, y mi mujer y mi madre, durmiendo plácidamente, como si no escucharan.
7 a.m.-
¡Mi casa está llena de víboras! ¡Al lavarme, había tres en la palangana! En el forro del saco había muchas. Mi mujer llenó la casa de víboras. Trajo enormes arañas peludas que me persiguen. ¡Ahora comprendo por qué me espiaba! ¡Quería irse por eso!
7:15 a.m.-
¡El patio está lleno de víboras! ¡No, no!.. Socorro!..
¡Mi mujer, mi madre, se van corriendo! ¡Me han asesinado! ¡Ah, la escopeta! ¡Está cargada con munición, no importa! Qué grito ha dado. Le erré… ¡Otra vez las víboras! ¡Socorro, socorro! Todos me quieren matar. Las enviaron contra mí.
¡El monte está lleno de arañas! Ahí viene otro asesino. Las trae en la mano. Viene sacando víboras por la boca y las echa en el suelo contra mí. Pero no vivirá mucho. Le pegué. Murió con todas las víboras.
Las arañas ¡Ay! ¡Socorro! ¡Ahí vienen todos! ¡Me buscan! Y yo no tengo más cartuchos. ¡Me han visto!…Uno me apunta…
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