literatura para reir, llorar o echarse un polvo

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Literatura para reír, llorar y de vez en cuando, echarse un polvo.

sábado, 2 de septiembre de 2017

CARROÑEROS URBANOS


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Estoy rodeado de colinas, una tras otra, pequeñas colinas en hilera, como una cordillera en formación, volteo hacía atrás y veo otra, a los lados y ahí están, inundando esta parte de la ciudad. Están formadas de incontables objetos multicolores: cítricos de todo tipo, jugosos y podridos, carnosos tomates destripados en descomposición, lechugas marchitas de hojas babosas, flores otrora lozanas lucen sus colores apagados y pétalos marchitos, mitades de sandias de cara al sol, donde las moscas se confunden con las semillas.
No quisiera tener que pasar sobre estos cerros, pero no hay ya espacio para caminar, a mí me gusta subir los cerros, pero no estos, estos me provocan repulsión, los olores que despiden son fétidos, me provocan nauseas. Nubes de moscas se levantan a mi paso, su zumbido taladra mis oídos, siento escalofrío y deseos de escapar, pero ante mí solo hay cerros inmundos.
Más adelante la cosa se pone peor, descubro restos de animales putrefactos, restos de mariscos malolientes, huesos de cerdos y reses, decenas de perros se los disputan, a mí me gustan mucho los perros, ¡pero no estos!, estos me dan temor, son fieros y sucios, dispuestos a pelear por alimento.
Ratas y cucarachas aparecen y desaparecen husmeando y huyendo al menor ruido, el pelo y la cola pelada de las ratas me dan asco, me invitan a tomar una piedra o un palo y ¡matarlas!; de ver tantas cucarachas siento comezón en la piel.
Todos estos seres me dan miedo, pero no tanto como los invisibles y se que millones de microbios pululan en estos cerros y no solo ahí, están en el aire, siento como invaden mis pulmones, ¡no quiero que me infecten y enferme, saber qué tipo de microbios hay aquí!
¡Al fin un valle! e irónicamente ¡lo peor!, diviso un par de señoras cargando sus morrales, una de ellas recoge el cadáver de un pollo de uno de los cerros, lo toma de las patas y ¡zaz! desaparece en su morral, a mis espaldas unas personas comentan: Lo quieren pa’tamales, ¡son tamaleras!  A mí me gustan los tamales pero… ¡ya no!
Lleva dos semanas cerrado el tiradero de basura. ¡Qué ya lo abran! ¡Por favor!


Adrián Olmedo.

miércoles, 30 de agosto de 2017

EL ARTE DE AMAR (Fragmento)
                                de Erich Fromm

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El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral -dispuestos, empero, a que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria social-; a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza, conducir, sin líderes, impulsar sin finalidad alguna -excepto la de cumplir, apresurarse, funcionar, seguir adelante-.
¿Cuál es el resultado? El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. (Cf. un estudio más detallado del apartamiento y de la influencia de la sociedad moderna sobre el carácter del hombre en mi libro The Sane Society, Nueva York, Rinehart and Company, 1955.)  Se ha transformado en un articulo, experimenta sus fuerzas vitales como una inversión que debe producirle el máximo de beneficios posible en las condiciones imperantes en el mercado. Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción. Al mismo tiempo que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatidad humana. Nuestra civilización ofrece muchos paliativos que ayudan a la gente a ignorar conscientemente esa soledad: en primer término, la estricta rutina del trabajo burocratizado y mecánico, que ayuda a la gente a no tomar conciencia de sus deseos humanos más fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad. En la medida en que la rutina sola no basta para lograr ese fin, el hombre se sobrepone a su desesperación inconsciente por medio de la rutina de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones que ofrece la industria del entretenimiento; y, además, por medio de la satisfacción de comprar siempre cosas nuevas y cambiarlas inmediatamente por otras. El hombre moderno está actualmente muy cerca de la imagen que Huxley describe en Un mundo feliz: bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho, y no obstante sin yo, sin contacto alguno, salvo el más superficial, con sus semejantes, guiado por los lemas que Huxley formula tan sucintamente, tales como: «Cuando el individuo siente, la comunidad tambalea»; o «Nunca dejes para mañana la diversión que puedes conseguir hoy», o, como afirmación final: «Todo el mundo es feliz hoy en día.» La felicidad del hombre moderno consiste en «divertirse». Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga. El mundo es un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana, una gran botella, un enorme pecho; todos succionamos, los eternamente expectantes, los esperanzados -y los eternamente desilusionados-. Nuestro carácter está equipado para intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos materiales, como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de consumo.

martes, 29 de agosto de 2017

El cuentista


de    Hector Hugh Munro  (Saki)
 Hector Hugh Munro.jpg
SAKI


Era una tarde calurosa y el vagón del tren también estaba caliente; la siguiente parada, Templecombe, estaba casi a una hora de distancia. Los ocupantes del vagón eran una niña pequeña, otra niña aún más pequeña y un niño también pequeño. Una tía, que pertenecía a los niños, ocupaba un asiento de la esquina; el otro asiento de la esquina, del lado opuesto, estaba ocupado por un hombre soltero que era un extraño ante aquella fiesta, pero las niñas pequeñas y el niño pequeño ocupaban, enfáticamente, el compartimiento. Tanto la tía como los niños conversaban de manera limitada pero persistente, recordando las atenciones de una mosca que se niega a ser rechazada. La mayoría de los comentarios de la tía empezaban por «No», y casi todos los de los niños por «¿Por qué?». El hombre soltero no decía nada en voz alta.
-No, Cyril, no -exclamó la tía cuando el niño empezó a golpear los cojines del asiento, provocando una nube de polvo con cada golpe-. Ven a mirar por la ventanilla -añadió.
El niño se desplazó hacia la ventilla con desgana.
-¿Por qué sacan a esas ovejas fuera de ese campo? -preguntó.
-Supongo que las llevan a otro campo en el que hay más hierba -respondió la tía débilmente.
-Pero en ese campo hay montones de hierba -protestó el niño-; no hay otra cosa que no sea hierba. Tía, en ese campo hay montones de hierba.
-Quizá la hierba de otro campo es mejor -sugirió la tía neciamente.
-¿Por qué es mejor? -fue la inevitable y rápida pregunta.
-¡Oh, mira esas vacas! -exclamó la tía.
Casi todos los campos por los que pasaba la línea de tren tenían vacas o toros, pero ella lo dijo como si estuviera llamando la atención ante una novedad.
-¿Por qué es mejor la hierba del otro campo? -persistió Cyril.
El ceño fruncido del soltero se iba acentuando hasta estar ceñudo. La tía decidió, mentalmente, que era un hombre duro y hostil. Ella era incapaz por completo de tomar una decisión satisfactoria sobre la hierba del otro campo.
La niña más pequeña creó una forma de distracción al empezar a recitar «De camino hacia Mandalay». Sólo sabía la primera línea, pero utilizó al máximo su limitado conocimiento. Repetía la línea una y otra vez con una voz soñadora, pero decidida y muy audible; al soltero le pareció como si alguien hubiera hecho una apuesta con ella a que no era capaz de repetir la línea en voz alta dos mil veces seguidas y sin detenerse. Quienquiera que fuera que hubiera hecho la apuesta, probablemente la perdería.
-Acérquense aquí y escuchen mi historia -dijo la tía cuando el soltero la había mirado dos veces a ella y una al timbre de alarma.
Los niños se desplazaron apáticamente hacia el final del compartimiento donde estaba la tía. Evidentemente, su reputación como contadora de historias no ocupaba una alta posición, según la estimación de los niños.
Con voz baja y confidencial, interrumpida a intervalos frecuentes por preguntas malhumoradas y en voz alta de los oyentes, comenzó una historia poco animada y con una deplorable carencia de interés sobre una niña que era buena, que se hacía amiga de todos a causa de su bondad y que, al final, fue salvada de un toro enloquecido por numerosos rescatadores que admiraban su carácter moral.
-¿No la habrían salvado si no hubiera sido buena? -preguntó la mayor de las niñas.
Esa era exactamente la pregunta que había querido hacer el soltero.
-Bueno, sí -admitió la tía sin convicción-. Pero no creo que la hubieran socorrido muy deprisa si ella no les hubiera gustado mucho.
-Es la historia más tonta que he oído nunca -dijo la mayor de las niñas con una inmensa convicción.
-Después de la segunda parte no he escuchado, era demasiado tonta -dijo Cyril.
La niña más pequeña no hizo ningún comentario, pero hacía rato que había vuelto a comenzar a murmurar la repetición de su verso favorito.
-No parece que tenga éxito como contadora de historias -dijo de repente el soltero desde su esquina.
La tía se ofendió como defensa instantánea ante aquel ataque inesperado.
-Es muy difícil contar historias que los niños puedan entender y apreciar -dijo fríamente.
-No estoy de acuerdo con usted -dijo el soltero.
-Quizá le gustaría a usted explicarles una historia -contestó la tía.
-Cuéntenos un cuento -pidió la mayor de las niñas.
-Érase una vez -comenzó el soltero- una niña pequeña llamada Berta que era extremadamente buena.
El interés suscitado en los niños momentáneamente comenzó a vacilar en seguida; todas las historias se parecían terriblemente, no importaba quién las explicara.
-Hacía todo lo que le mandaban, siempre decía la verdad, mantenía la ropa limpia, comía budín de leche como si fuera tarta de mermelada, aprendía sus lecciones perfectamente y tenía buenos modales.
-¿Era bonita? -preguntó la mayor de las niñas.
-No tanto como cualquiera de ustedes -respondió el soltero-, pero era terriblemente buena.
Se produjo una ola de reacción en favor de la historia; la palabra terrible unida a bondad fue una novedad que la favorecía. Parecía introducir un círculo de verdad que faltaba en los cuentos sobre la vida infantil que narraba la tía.
-Era tan buena -continuó el soltero- que ganó varias medallas por su bondad, que siempre llevaba puestas en su vestido. Tenía una medalla por obediencia, otra por puntualidad y una tercera por buen comportamiento. Eran medallas grandes de metal y chocaban las unas con las otras cuando caminaba. Ningún otro niño de la ciudad en la que vivía tenía esas tres medallas, así que todos sabían que debía de ser una niña extraordinariamente buena.
-Terriblemente buena -citó Cyril.
-Todos hablaban de su bondad y el príncipe de aquel país se enteró de aquello y dijo que, ya que era tan buena, debería tener permiso para pasear, una vez a la semana, por su parque, que estaba justo afuera de la ciudad. Era un parque muy bonito y nunca se había permitido la entrada a niños, por eso fue un gran honor para Berta tener permiso para poder entrar.
-¿Había alguna oveja en el parque? -preguntó Cyril.
-No -dijo el soltero-, no había ovejas.
-¿Por qué no había ovejas? -llegó la inevitable pregunta que surgió de la respuesta anterior.
La tía se permitió una sonrisa que casi podría haber sido descrita como una mueca.
-En el parque no había ovejas -dijo el soltero- porque, una vez, la madre del príncipe tuvo un sueño en el que su hijo era asesinado tanto por una oveja como por un reloj de pared que le caía encima. Por esa razón, el príncipe no tenía ovejas en el parque ni relojes de pared en su palacio.
La tía contuvo un grito de admiración.
-¿El príncipe fue asesinado por una oveja o por un reloj? -preguntó Cyril.
-Todavía está vivo, así que no podemos decir si el sueño se hará realidad -dijo el soltero despreocupadamente-. De todos modos, aunque no había ovejas en el parque, sí había muchos cerditos corriendo por todas partes.
-¿De qué color eran?
-Negros con la cara blanca, blancos con manchas negras, totalmente negros, grises con manchas blancas y algunos eran totalmente blancos.
El contador de historias se detuvo para que los niños crearan en su imaginación una idea completa de los tesoros del parque; después prosiguió:
-Berta sintió mucho que no hubiera flores en el parque. Había prometido a sus tías, con lágrimas en los ojos, que no arrancaría ninguna de las flores del príncipe y tenía intención de mantener su promesa por lo que, naturalmente, se sintió tonta al ver que no había flores para coger.
-¿Por qué no había flores?
-Porque los cerdos se las habían comido todas -contestó el soltero rápidamente-. Los jardineros le habían dicho al príncipe que no podía tener cerdos y flores, así que decidió tener cerdos y no tener flores.
Hubo un murmullo de aprobación por la excelente decisión del príncipe; mucha gente habría decidido lo contrario.
-En el parque había muchas otras cosas deliciosas. Había estanques con peces dorados, azules y verdes, y árboles con hermosos loros que decían cosas inteligentes sin previo aviso, y colibríes que cantaban todas las melodías populares del día. Berta caminó arriba y abajo, disfrutando inmensamente, y pensó: «Si no fuera tan extraordinariamente buena no me habrían permitido venir a este maravilloso parque y disfrutar de todo lo que hay en él para ver», y sus tres medallas chocaban unas contra las otras al caminar y la ayudaban a recordar lo buenísima que era realmente. Justo en aquel momento, iba merodeando por allí un enorme lobo para ver si podía atrapar algún cerdito gordo para su cena.
-¿De qué color era? -preguntaron los niños, con un inmediato aumento de interés.
-Era completamente del color del barro, con una lengua negra y unos ojos de un gris pálido que brillaban con inexplicable ferocidad. Lo primero que vio en el parque fue a Berta; su delantal estaba tan inmaculadamente blanco y limpio que podía ser visto desde una gran distancia. Berta vio al lobo, vio que se dirigía hacia ella y empezó a desear que nunca le hubieran permitido entrar en el parque. Corrió todo lo que pudo y el lobo la siguió dando enormes saltos y brincos. Ella consiguió llegar a unos matorrales de mirto y se escondió en uno de los arbustos más espesos. El lobo se acercó olfateando entre las ramas, su negra lengua le colgaba de la boca y sus ojos gris pálido brillaban de rabia. Berta estaba terriblemente asustada y pensó: «Si no hubiera sido tan extraordinariamente buena ahora estaría segura en la ciudad». Sin embargo, el olor del mirto era tan fuerte que el lobo no pudo olfatear dónde estaba escondida Berta, y los arbustos eran tan espesos que podría haber estado buscándola entre ellos durante mucho rato, sin verla, así que pensó que era mejor salir de allí y cazar un cerdito. Berta temblaba tanto al tener al lobo merodeando y olfateando tan cerca de ella que la medalla de obediencia chocaba contra las de buena conducta y puntualidad. El lobo acababa de irse cuando oyó el sonido que producían las medallas y se detuvo para escuchar; volvieron a sonar en un arbusto que estaba cerca de él. Se lanzó dentro de él, con los ojos gris pálido brillando de ferocidad y triunfo, sacó a Berta de allí y la devoró hasta el último bocado. Todo lo que quedó de ella fueron sus zapatos, algunos pedazos de ropa y las tres medallas de la bondad.
-¿Mató a alguno de los cerditos?
-No, todos escaparon.
-La historia empezó mal -dijo la más pequeña de las niñas-, pero ha tenido un final bonito.
-Es la historia más bonita que he escuchado nunca -dijo la mayor de las niñas, muy decidida.
-Es la única historia bonita que he oído nunca -dijo Cyril.
La tía expresó su desacuerdo.
-¡Una historia de lo menos apropiada para explicar a niños pequeños! Ha socavado el efecto de años de cuidadosa enseñanza.
-De todos modos -dijo el soltero cogiendo sus pertenencias y dispuesto a abandonar el tren-, los he mantenido tranquilos durante diez minutos, mucho más de lo que usted pudo.
«¡Infeliz! -se dijo mientras bajaba al andén de la estación de Templecombe-. ¡Durante los próximos seis meses esos niños la asaltarán en público pidiéndole una historia impropia!»
FIN

martes, 3 de noviembre de 2015

Me encontré con este poema, me pareció bellísimo y muy triste también. Cada vida es una cuerda, quién sabe en qué reside el deseo de saltar o ahocarse. 

Nuestras palabras
nos impiden hablar.
Parecía imposible.
Nuestras propias palabras.

<<En cierto sentido todas las vidas son una misma cosa,
ya que cada vida es una cuerda.
Pero unas cuerdas sirven para saltar a la comba
y otras para ahorcarse con ellas>>.

y aquí entre dos calmas
lejos del cementerio
abro un libro de silencios
por la página de tu espalda
y encuentro la palabra alegría
y la palabra alegría lleva acento
y yo se lo quito
y te lo pongo en la nuca

Pedro Casariego Córdoba
Poemas encadenados (1977-1987)
Editorial Seix Barral. 2003


jueves, 29 de octubre de 2015

Nuestro amor reposa en otra época,

en otro tiempo.
quizás en el año pasado
o en una lejana semana santa.
Nosotros existimos
en viejas aguas de samaritana
en mis 23 años,
en las tardes lluviosas de café y tarta,
en las idas al súper
y en mi deseo de existir.

No sé quién fue el culpable de borrarnos
no sé si fuiste tú o fui yo,
o si fue el tiempo,
o los kilómetros,
o si fueron mis ganas del futuro.
no lo sé y es triste.
Ya no importa.

Nunca comprobamos conocernos.
Ya no vivimos en los ojos del otro,
y ya no nos duele nuestra ausencia.
Hemos cambiado,
ya no me quieres ni te quiero.
no recuerdo más tu voz,
ni tu risa,
ni tu mirada al acercarte.

De mí a tu lado recuerdo poco,
solo lo que me faltaba,
cosa mía, a final de cuentas.
Vacíos que ni tú llenaste.

¿Cómo habito mis espacios?
¿Cuál es la receta?
Ahora sentada frente al horno
me pregunto.

Soledades que queman nos han atravesado.
A mí la nostalgia me visita de madrugada,
a veces los días treinta;
y me da una buena zarandeada cuando viajo,
cuando me encuentro sola
en el asiento de un autobús
yendo a un lugar bello y desconocido,
cuando regreso a casa,
o cuando paso por tu calle.

No sé si uno termina algún día de sanar.
Es verdad que ya no te quiero más,
pero adoro la nostalgia de no tenerte.

Hay una sola cosa en todo esto que detesto:
la opresión en mi estómago al saber
que algún día de tu pecho crecerá una raíz,
y luego un árbol,
y con mi mala suerte también un fruto y un jardín.

Yo ahora habito en las esquinas de los libros,
en la risa de bebés que no son míos,
en el fondo de una botella de vino.

En las noches me recargo en mi almohada
Y descanso,
la cama ahora es toda mía.
Ya no te quiero pero siento frío,
y todavía me pregunto
si del lado derecho de tu cabecera,

ya se ha borrado mi firma.

Patricia M.
Anoche vino un dolor azul y delgado
flotó tranquilo sobre mi cama
me di cuenta pero no quise hacer caso,
preferí cerrar los ojos,
olvidar y dormir.

No supe cuándo
pero él ya se había instalado en mi almohada,
se coló en mi sueño
como una dulce mariposa
reclamó recuerdos
que no quiero recordar,
los trajo de vuelta
de la misma forma en que el mar
devuelve a los ahogados.

El dolor azul encendió mi tristeza
en medio de la noche
sin por lo menos, estar despierta;
me hizo necesitar una mano,
tomé la mía porque no hay otra

Desperté sin saber si seguía aquí
intenté apagarlo,
lavé los trastes con vehemencia,
limpié el piso.
Lo sentí en el aire,
en la garganta,
lo sentí salir de mis ojos.

Nada pudo apagarlo,
ni el desayuno, ni el café,
ni el humo del tabaco.
Nada.

Es verdad que hay días 
que se viven con un estambre atorado
en la garganta.

Patricia M. 

lluvia nocturna


Hay quien no comprende la poesía,
quien incluso la detesta, la burla,
la lee con tono de verso sin sentido
en el festival de la primaria.

Hay quien no comprende el feminismo
quien lo acusa sin saber
la lucha constante con una misma

Hay quien no desea el amor,
la caída libre
la incertidumbre de dejarse estrellar en el otro

Hay quien no ocupa la noche para soñar,
para dejar el presente en la mesita
y sumergirse en la película mental
en que todo ocurre simultáneamente…

… Árboles de ideas, batidos de cariño,
pájaros de libertad,
nubes de incienso
orugas en capullos de temor y duda
que se transforman en una lengua
y luego en un beso
que viaja suavemente al estómago

Sensación de calle abandonada en domingo
de matiz color turquesa
rumbo al norte de la ciudad. 

Patricia Matus.