Anoche vino
un dolor azul y delgado
flotó
tranquilo sobre mi cama
me di cuenta
pero no quise hacer caso,
preferí cerrar
los ojos,
olvidar y
dormir.
No supe cuándo
pero él ya
se había instalado en mi almohada,
se coló en
mi sueño
como una
dulce mariposa
reclamó recuerdos
que no
quiero recordar,
los trajo de
vuelta
de la misma
forma en que el mar
devuelve a
los ahogados.
El dolor
azul encendió mi tristeza
en medio de
la noche
sin por lo
menos, estar despierta;
me hizo
necesitar una mano,
tomé la mía
porque no hay otra
Desperté sin
saber si seguía aquí
intenté apagarlo,
lavé los
trastes con vehemencia,
limpié el
piso.
Lo sentí en
el aire,
en la
garganta,
lo sentí
salir de mis ojos.
Nada pudo
apagarlo,
ni el
desayuno, ni el café,
ni el humo
del tabaco.
Nada.
Es verdad
que hay días
que se viven
con un estambre atorado
en la
garganta.
Patricia M.
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