literatura para reir, llorar o echarse un polvo

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Literatura para reír, llorar y de vez en cuando, echarse un polvo.

lunes, 27 de abril de 2015

“Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma. Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión. De allí proviene mi imposibilidad absoluta para sustentar mi amistad con alguien mediante una comunicación profunda y armoniosa. Tanto me doy, me fatigo, me arrastro y me desgasto que no veo instante de liberarme de esa prisión tan querida. Y si no llega mi propio cansancio, llega el del otro, hastiado ya de tanta exaltación y presunta genialidad, y se va en busca de alguien que sea como soy yo con la gente que no me interesa.”

Alejandra Pizarnik.

viernes, 24 de abril de 2015

MIENTRAS MÁS VIAJAS más confirmas que todo en el fondo es lo mismo
si te sientas bajo un árbol en un parque de cualquier lugar del mundo 
y tratas de notar la diferencia, no lo logras

la tierra es la misma en que te sentabas cuando tenías siete años 
o hace un año del otro lado del mundo 
y la rugosidad danzante del tronco te da la misma sensación
estás donde estabas 
y la gente?
diferentes palabras, sí, distintos hábitos
mayor o menor grado de complejidad mental 
                                                      sentimental 
distintos libros 
y sin embargo 
la misma cortesía superficial (cuyo estilo difiere) 
enmascara un egoísmo idéntico 
siempre 
la sonrisa se reduce al deseo de complacer y ser amado 
equivalente después de todo
a una mano tendida en busca de limosna 
siempre 
el rechazo engendra resentimiento sordo
o agresiones endémicas o ciegas
y sin embargo
la carne del hombre es la misma
              la misma
   como de la tierra. 


 Isabel Fraire 
*este escrito me dejó pensando tanto que me quedé dormida, espero que no sea real, que la sonrisa sea sincera. 
  

Eureka


Me siento ante la mesa del desayuno y aburrida de decir todos los días 
qué mañana tan maravillosa
                         o deprimente
                         o lluviosa 
                         o gris 
                         o...lo que sea
me digo, esta es una mañana un poco aliviada 
por el hecho de que no tiene carga emocional
pero luego levanto la mirada 
y la manera en que esa nube blanca
contrasta con el azul gris del cielo 
me emociona
y de pronto me doy cuenta
la belleza está siempre con nosotros. 

                 Isabel Fraire 

III

a David Montaño Fraire 

HAY UNA TRISTEZA terrible en mis adentros. 
Una tristeza de paja, de mierda y de culebras 
que me ronda en nocturnas pesadillas
de las cuales despierto dando gritos. 

como si fueran míos esos gusanos agrios que salen de mi cuerpo
y que me asustan en tinieblas y delirios y de los cuales intento 
                                 deshacerme en vano 
hasta que al fin, 
                         despierto, 
                                       y me encuentro en mi cama 
aterrada y perpleja 
                           y recordando...

Isabel Fraire
*magistral, profunda admiración para ella y sus letras. 

Reencuentro con lo que se creía perdido-Isabel Fraire

AMOR 
  si en las entrañas de la muerte renacemos 
 como alucinadas cristalinas arañas 
 del fondo de una cueva 
si en medio del oleaje del lodo
ácido llanto 
escupitajos y golpes
se salva 
venida desde qué recóndito inocente pasado
esa mirada de cristal de roca
y esa mano 
cuyos huesos atravesaron como puente los milenios 
déjame ser la mirada que mira tu mirada
                  y se funde con ella

iluminando este momento 
en que se recobra
       Lo que se creía para siempre perdido. 


Otro texto de Isabel Fraire

NO SOY
          yo 
            la piel que me recubre
recorrida por hormigas-sensaciones-ventanas 
                                             que se abren y cierran 
ni mi cabeza poblada por cabellos
                                        que crecen como plantas 
ni mis ojos que reciben ineludiblemente las imágenes que se presentan 
ni mi memoria que atesora
                           lo indeseable y lo deseable 
ni mi voluntad previamente programada sin que yo me diera cuenta que manda
                 lo exigido por las circunstancias 
                 o prohíbe lo que no es capaz de hacer 
porque no somos ni yo ni tú ni nadie
sino crucigramas ambulantes 
ríos revueltos de imágenes que surgen o se hunden 
almacén de recuerdos 
                               juguete de deseos
resultado de un problema que no termina nunca de plantearse 
      que la muerte trunca y convierte en el término        de un nuevo problema 
molécula del cuerno de un dilema inasible 
espiral de la búsqueda que roza al encuentro de tangentes 
pieza indispensable de un rompecabezas infinito 
kaleidoscopio por cuyo espejo pasa un número infinito de universos 
producto del azar encadenado
       encadenado producto del azar
   

Qué haré


QUÉ HARÉ
me mataré
te mataré
lo mataré
no sé

un excelente estudio dionisíaco
sobresale del agua
mientras clavan poetas
sutiles sobresaltos 

qué haré 
comeré 
beberé
soñaré
no sé

suena una campana en lo alto
del Rialto 
las palomas se avientan en vuelos suicidas

no sé
qué haré

el día tiene alfombras de cristal 
los edificios se sostienen en el aire

el silencio se acumula 
el diafragma se perfora 
y los mundos se desploman

se oye un grito
astillado
que se clava en el minuto 
caen olvidos 
y besos
apagados 
y perros 
apaleados
y cuchillos 
asesinos

giran cuartos de hospitales con sus cóncavos delirios
poblados de ruidos infinitesimales que despiertan y 
sostienen el desvelo yo yo yo

yo
lo vi
se quedó en mis ojos y 

lo olvidé

y ahora 
qué haré 
Mi vida se gasta inútilmente
se recobra 
  perdida ya la última esperanza 
insiste en persistir 
  y sobrevive 
renaciendo con una nueva cara 
ya no es la misma vida 
  es simplemente tiempo 
tiempo para mirar las caras nuevas 
  para extrañarse de la existencia de los árboles 
para oír nuevamente una música vieja 
que se toca hoy por vez primera 

como las células reproducidas 
intercambiables 
estos ojos con los que miro ahora 
son y no son los mismos ojos de antes.
 
Isabel Fraire 
*a mí me encanta este poema. Me resulta triste y esperanzador al mismo tiempo. 

Isabel Fraire

COMO UNA LETANÍA dentro de mis huesos 
tu nombre se repite sin sentido 
debajo de los días 
debajo del deseo 
como oruga que labra un castillo infinito 
inhabitable, inevitable, y muerto.

NO SÉ QUÉ TRISTE ESPERA se prolonga en estas tardes
en que el viento deshoja
los árboles 
árboles retenidos por las calles
a medio camino hacia ninguna parte
la calle es una cinta que no acaba 
la calle es una línea que no avanza 
y mi alma desierta como plaza apartada 
es un punto inmóvil de la nada.

Isabel Fraire 

Encantador escrito de Isabel Fraire, del libro Kaleidoscopio insomne.

Las estrellas nos mandan únicamente el nombre de su luz

Lámpara
Luz oscura
sacada de la tierra

Luz y noche se asombran
mutuamente

Amanecer
de pronto
la luz se hace silencio 

la luz 
nada en el silencio
el día se mueve

la luz juega a ser espejo
y baila
coqueta enardecida
con su sombra 

la luz en el agua
corre
perseguida por sus cabellos

luz en el vidrio 
pájaro detenido 
luz en el agua
bandada fugitiva

luz lánguida suspira
en tu cuerpo callado 

me asomo a tus ojos
y atravieso 
países luminisos

viernes, 17 de abril de 2015

Poema I

Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reló
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.


"La voz a ti debida"
Pedro Salinas



lunes, 13 de abril de 2015

Poema "LA PALABRA QUE SIGUE" de Alejandro Aura tomado de su poemario "POETA EN LA MAÑANA"

 
 
 
 LA PALABRA QUE SIGUE

 
LA PALABRA que sigue
comienza en el asombro
 
una estallada blancura
parecida a nada
y brota como un sudar de piel
por la pulida espalda
o la entrepierna ignota
 
como una suave miel
proveniente del alma
que lubrica el cuerpo
y lo dispone a todo
 
y ahí está ya la punta
asomada de pronto a la conciencia
 
qué sorpresa saberla
 
descubrir el hilo inocente
en su fuente original
 
inteligir la base sensual
de la siguiente línea
al tiempo que soltamos el cuerpo
para darnos a la dicha
de sacar del misterio
la próxima palabra.
 

viernes, 10 de abril de 2015

Algunas definiciones extraídas del "Diccionario del Diablo":

Absurdo, s. Declaración de fe en manifiesta contradicción con nuestras opiniones. Adj. Cada uno de los reproches que se hacen a este excelente diccionario.

Amistad, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.

Beber, v. t. e. i. Echar un trago, ponerse en curda, chupar, empinar el codo, mamarse, embriagarse. El individuo que se da a la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma raza aria. ¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó al moderado español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas nórdicos asolaron las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en cada puerto conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que toman demasiado pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.

Boda, s. Ceremonia por la que dos personas se proponen convertirse en una, una se propone convertirse en nada, y nada se propone volverse soportable.

Bruto, s. Ver Marido.

Historia, s. Relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios.

Humildad, s. Paciencia inusitada para planear una venganza que valga la pena.

Luminaria, s. El que arroja luz sobre un tema; verbigracia, un secretario de redacción cuando no escribe sobre ese tema.

Macho, s. Miembro del sexo insignificante. El macho de la especie humana es generalmente conocido (por la mujer) como Simple Hombre. El género tiene dos variedades: buenos proveedores y malos proveedores.

Marido, s. El que después de cenar debe encargarse de lavar el plato.

Mujer, s. Animal que suele vivir en la vecindad del Hombre, que tiene una rudimentaria aptitud para la domesticación. Algunos de los zoólogos más viejos le atribuyen cierta docilidad vestigial adquirida en una antigua época de reclusión, pero los naturalistas del postfeminismo, que no saben nada de esa reclusión, niegan semejante virtud y declaran que la mujer no ha cambiado desde el principio de los tiempos. La especie es la más ampliamente distribuida de todas las bestias de presa; infecta todas las partes habitables del globo, desde las dulces montañas de Groenlandia hasta las virtuosas playas de la India. El nombre que se le da popularmente (mujer lobo) es incorrecto, porque pertenece a la especie de los gatos. La mujer es flexible y grácil en sus movimientos, especialmente la variedad norteamericana (Felis pugnans), es omnívora, y puede enseñársele a callar.

Política, s. Conflicto de intereses disfrazados de lucha de principios. Manejo de los intereses públicos en provecho privado.

Político, s. Anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada. Cuando agita la cola, suele confundirse y creer que tiembla el edificio. Comparado con el estadista, padece la desventaja de estar vivo.

Senado, s. Cuerpo de ancianos que cumple altas funciones y fechorías.

Teléfono, s. Invención del demonio que suprime algunas de las ventajas de mantener a distancia a una persona desagradable.


Ambrose Gwinet Bierce
"Diccionario del Diablo"

Amalia Ruiz encontró la pasión de su vida en el cuerpo y la voz de un hombre prohibido. Durante más de un año lo vio llegar febril hasta el borde de su falda que salía volando tras un abrazo. No hablaban demasiado, se conocían como si hubieran nacido en el mismo cuarto, se provocaban temblores y dichas con sólo tocarse los abrigos. Lo demás salía de sus cuerpos afortunados con tanta facilidad que al poco rato de estar juntos el cuarto de sus amores sonaba como la Sinfonía Pastoral y olía a perfume como si lo hubiera inventado Coco Chanel. 

Aquella gloria mantenía sus vidas en vilo y convertía sus muertes en imposible. Por eso eran hermosos como un hechizo y promisorios como una fantasía. 

Hasta que una noche de octubre el amante de tía Meli llegó a la cita tarde y hablando de negocios. Ella se dejó besar sin arrebato y sintió el aliento de la costumbre devastarle la boca. Se guardó los reproches, pero salió corriendo hasta su casa y no quiso volver a saber más de aquel amor. 

-Cuando lo imposible se quiere volver rutina, hay que dejarlo- le explicó a su hermana, que no era capaz de entender una actitud tan radical-. Uno no puede meterse en el lío de ambicionar algo prohibido, de poseerlo a veces como una bendición, de quererlo más que a nada por eso, por imposible, por desesperado, y de buenas a primeras convertirse en el anexo de una oficina. No me lo puedo permitir, no me lo voy a permitir. Sea por Dios que algo tiene de prohibido y por eso está bendito. 


Ángeles Mastretta
"Mujeres de ojos grandes"

miércoles, 8 de abril de 2015

Discurso pronunciado por Pablo Neruda al recibir el                    Premio Nobel de Literatura.(1971)


Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.

Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.
A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.
Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:
    ¿Tuvo mucho miedo?
    Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.
Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. -Ahí mismo –agregó uno de ellos– cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.
Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.
Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aún la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.
Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo el humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.
Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.
Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más" en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.
    Señoras y Señores:
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.
En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.
En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.
El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.
Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.
    Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.
    Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.
    Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.
    Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
    Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
    En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

    Así la poesía no habrá cantado en vano. 

martes, 7 de abril de 2015

la ducha

Nos gusta ducharnos después
(A mí me gusta el agua más caliente que a ella) 
y su rostro siempre es suave y tranquilo 
y ella me lava primero 
me extiende el jabón por los huevos 
los levanta 
los aprieta, 
luego me lava la polla: 
“¡oye, esto sigue duro!” 
luego me lava el vello de ahí abajo, 
la tripa, la espalda, el cuello, las piernas, 
yo sonrío, sonrío, sonrío, 
y después la lavo yo a ella… 
primero el coño, 
me pongo detrás, mi polla en sus nalgas 
suavemente enjabono los pelos del coño, 
lavo ahí con un movimiento suave 
tal vez me detenga más de lo necesario, 
luego las piernas por detrás, el culo, 
la espalda, el cuello, la hago girar, la beso, 
enjabono los pechos, luego la tripa, el cuello, 
las piernas por delante, los tobillos, los pies, 
y luego el coño, una vez más, para que me dé suerte… 

otro beso, y ella sale primero, 
se seca, a veces canta mientras yo sigo allí
pongo el agua más caliente 
disfrutando los buenos momentos del milagro amoroso 
luego salgo… 

normalmente es por la tarde y todo está tranquilo
ý mientras nos vestimos hablamos sobre qué otra cosa 
podríamos hacer, 
pero el estar juntos lo resuelve casi todo, 
en realidad, lo resuelve todo 
porque mientras esas cosas están resueltas 
en la historia de un hombre y 
una mujer, es diferente para cada uno 
mejor y peor para cada uno… 

para mí, es tan espléndido como para recordarlo 
después de la marcha de los ejércitos 
y de los caballos que pasan por las calles fuera 
depués de los recuerdos del dolor y el fracaso 
y la desdicha: 

Linda, tú me has traído esto 
cuando te lo lleves 
hazlo lenta y suavemente 
hazlo como si estuviera muriéndome en sueños 
en lugar de en vida, 
amén.


CHARLES BUKOWSKI 

Caligrama-Oliverio Girondo



Yo no sé nada. Tú no sabes nada. Ud. no sabe nada. Él no sabe nada. Ellos no saben nada. Uds. no saben nada. Nosotros no sabemos nada.

La desorientación de mi generación tiene su explicación en la dirección de nuestra educación, cuya idealización de la acción era -sin discusión- una mistificación, en contradicción con nuestra propensión a la meditación, a la contemplación y a la masturbación. 

Bellísimo y también muy triste. 
Jaime Sabines



Look within


Mis gatos-Charles Bukowski


ya sé. ya sé.
son limitados, tienen necesidades
y preocupaciones
distintas.

pero los observo y aprendo de ellos.
me gusta lo poco que saben,
que es
tantísimo.

se quejan pero nunca se
preocupan.
caminan con una dignidad sorprendente.
duermen con una simplicidad directa que
los seres humanos sencillamente no podemos
comprender.

sus ojos son más
hermosos que los nuestros.
y pueden dormir 20 horas
al día
sin vacilar ni sentir
remordimientos.

cuando me siento
bajo de ánimos
me basta con
observar a mis gatos
y me
vuelve
la valentía.

estudio a estas
criaturas

son mis
maestros.


ausencia


Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos!
¡Se nos va todo, se nos va todo!

Gabriela Mistral 


Soy un alma desnuda en estos versos, 

alma desnuda que angustiada y sola 
va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola, 
que puede ser un lirio, una violeta, 
un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta 
y ruge cuando está sobre los mares 
y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares 
dioses que no se bajan a cegarla; 
alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla 
con sólo un corazón que se partiera 
para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera 
dice al invierno que demora: vuelve, 
caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve 
en tristezas, clamando por las rosas 
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas 
a campo abierto, sin fijar distancia, 
y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia, 
de un suspiro, de un verso en que se ruega, 
sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega 
y negando lo bueno el bien propicia 
porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia 
palpar las almas, despreciar la huella, 
y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella, 
como los vientos vaga, corre y gira; 
alma que sangra y sin cesar delira 
por ser el buque en marcha de la estrella.



Alfonsina Storni 
Imagen: Elin Danielson

lunes, 6 de abril de 2015

Me encanta Dios


Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega. Y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna y nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos. 

Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre. 
Ahora los científicos salen con su teoría del Bing Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes. 
A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los anbióticos- ¡bacterias mutantes! 
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble. 
Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento. 
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. 
Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja. 
Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. 
A mi me gusta, a mi me encanta Dios. 
Que Dios bendiga a Dios.


Jaime Sabines