literatura para reir, llorar o echarse un polvo

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Literatura para reír, llorar y de vez en cuando, echarse un polvo.

sábado, 29 de agosto de 2015

VALIUM 10

A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurre con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada.

El día se convierte en una sucesión 
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.

Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh, sólo por encima)
la marcha de la casa,
la perfecta coordinación de múltiples programas 
-porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos-.

Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas, 
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el menú posible y cotidiano.

Y aún tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aún leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara.

Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la carta
de marear, el libro 
con cien preguntas básicas (y sus correspondientes 
respuestas) para un diálogo elemental siquiera con la Esfinge.

Y tienes la penosa sensación
De que en el crucigrama se deslizó una errata
Que lo hace irresoluble.

Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una 
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.

De En la tierra de enmedio
Rosario Castellanos.

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