literatura para reir, llorar o echarse un polvo

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Literatura para reír, llorar y de vez en cuando, echarse un polvo.

jueves, 29 de octubre de 2015

Hace rato caminando hacia mi casa, digo mi casa porque aquí es mi casa ahora, a más de 485 kilómetros de mis amigos, de mi familia, de una parte de mí; miré hacia el cielo y vi asomarse unas estrellas, más puntos que estrellas. Sentí alegría porque recordé la historia lejana de un grupo de amigos que esperaban un meteoro en medio del semidesierto, y, como un regalo de la comisión federal de electricidad, se fue la luz. Dando pasos en esa oscuridad supe qué es lo que me gusta de los pueblos lejanos: la falta de luz. A lo lejos se dibujaba un cerro y detrás de él una explosión luminosa que parecía el amanecer. Llegué a la casa, el regalo de la comisión de electricidad duró solo unos pocos minutos, los suficientes para intoxicarme, para lograr esa conexión que ocurre una vez cada quince días o más. Pasé por los columpios y quise jugar, pero había un charco debajo ¿por qué me asusta un charco?, llegué a la casa que apestaba a gas, corrí a la estufa y cerré la llave por donde se escapaban ligeros suspiros letales. Subí a mi cuarto, abrí la ventana y ahí estaba lo que brillaba detrás del cerro; no era el amanecer de un verano caluroso y nudista en Zipolite, era la luna brillando como solo sabe hacerlo en estos días. No amanecía, anochecía. Entonces pensé que hace exactamente un año, caminando en otra calle, hacia otra casa, en otra ciudad, vi esa misma luna. Recuerdo la escena: calle independencia, al lado de Fa, pasando junto a la señora de las gelatinas –el ejemplo más grande de la fe y la determinación- la que sale a vender cada noche una fila de coloridas y acomodadas pociones de grenetina –una de nuestras investigaciones pendientes, por cierto, después de Bukowski oaxaqueño-, como decía, vi surgir la luna aquella noche en que yo tenía el corazón bien roto. Apareció en el cielo lleno de nubes, por dos minutos nada más e igual que hoy, llegué directo a la libreta a contarlo, a dejar el momento atrapado en la letra, apestando a tinta de lapicero barato y desesperado. Aquel escrito, por supuesto, es triste.

¿Será la misma esta luna?                         
                 ¿Seré la misma yo?

La luna, el cielo, las nubes, el frío, Patricia Matus, pies moviéndose hacia un hogar; nadando en los ciclos del universo una y otra vez.

¿Qué estaremos haciendo luna, tú y yo? ¿En dónde estaremos el próximo 29 de octubre?

No lo sé, pero mientras sucede, hay que brillar


Patricia Matus 

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